Las vacas y su misterioso poder de atracción sobre las mujeres

Me gustan las vacas. De hecho le gustan a la mayoría de las mujeres que conozco. Tengo un mechero que imita la piel de una vaca. Me lo regaló un amigo alemán. Tengo también unas zapatillas semejantes a la piel de este animal y un cenicero decorado con una inmensa vaca kitsch. Ambos objetos para mis pies y mis cigarrillos me los regaló mi ex compañera de piso, Eva, que tiene, a su vez, un cuadro con una vaca amarilla presidiendo el salón.

Nos gustan las vacas. Mucho. Tengo una teoría al respecto. Esa admiración se debe a que ellas, al contrario que nosotras, pasan toda su vida con el único objetivo de engordar. El día entero comiendo hierba, sin cesar un instante. Y se las quiere por gordas. Contra más hermosota mejor. Ese es su modus vivendi. Las envidiamos. Es absurdo pero cierto. Son lo que nosotras sabemos que no podremos ser nunca: unas máquinas de engordar. Entre dietas, gimnasios, bulimias, anorexias, liposucciones y ropa favorecedora, las mujeres vemos pasar los días mientras esos animales tan útiles y bellos engordan hasta morir. Fallecidas, viajan por tierra, mar y aire y las disfrutamos con placer en forma de filete aunque sin patatas fritas, que engordan.