De copas
¿Vamos a tomar unas copas? Y vamos.
La palabra "copa" tiene unas connotaciones muy atrayentes. Si dijésemos: "vamos a tomar unos combinados de líquidos carbonatados y sustancias difícilmente identificables con alcohol calórico y escasamente nutritivo", la proposición nos resultaría mucho menos atractiva. Por eso utilizamos la palabra "copa".
Te tomas una. Qué bien. Otra. Qué puntillo. Otra más. Qué calor. Y una más. Necesito aire. La siguiente. Me encuentro un poco mal. ¿Otra? No, mira, mejor un zumo. Una gratis, gentileza del amigo camarero. Mareo total. Al baño. Sudor en la frente. Ojos enrojecidos. Agua fresca en la nuca. Pequeño alivio. Vas a salir del baño. Total, sólo ha pasado una hora. Agarras el pomo de la puerta. Arcada. Otra arcada. Cascada de líquidos combinados con un sofisticado bocata de salmón ahumado y brie. Que me voy. Que sí. Que me voy. Regusto amargo en la boca. Dificultad para hacer el recorrido a pie en línea recta hasta el portal. Llego a la puerta y compruebo que no tengo las llaves en el mini bolso desbordado por el móvil. Me quedan 5 euros. El taxista me cobra 4,5 por llevarme al bar donde debe estar mi cabeza. ¿Qué haces aquí? Busco mi cerebro, que se debe haber quedado en la taza del water. Encuentro las llaves sobre el rollo de papel higiénico. Vuelta a casa. Lúcida ya. Seria. Cansada. Con rozaduras de las sandalias en los pies. Me tomo una tónica. Pienso en las pelas que me han costado las "copas". Total, para terminar borracha. Me voy a la cama sin desmaquillar. Me levanto por la mañana con el aspecto de la novia de Frankenstein.
¿Vamos a tomar unas copas? Y vamos.