De Memoria de la luz

Caja General de Ahorros de Granada (1988)

IV Premio “Ciudad de Jaén”

 

MAÑANA DE VERANO

Cuando la naturaleza se nos revela

como la referencia suficiente de la vida

es el primer aviso de los años

para aceptar que ya no somos jóvenes

y que la tempestad de la pasión

encuentra en ella el puerto deseado.

 

Lucidez de la luz en la mañana

de un verano que hasta ayer

me resultaba odioso.

Y no sé si alegrarme

por esta sabia madurez que despierta

o entonar cantos elegíacos

(como procede) por los dones perdidos.

 

¿Qué va a pasar ahora?

¿Qué solución le doy a la memoria?

Si hubo estragos (y tantos)

en la mal que sufrida resaca de los ángeles,

¿qué me traerá este tiempo

de soledad buscada que amanece?

 

 

ANDAR, ANDAR

Me acosan los momentos que amé

como un reproche, jinetes descarnados

en el talud que sujeta mi vida.

Me negué tanto a ser definitivo

porque desconfiaba del placer

con más seguridad que del fracaso;

a una voz, siempre, le sucedía un eco

que espantaba el origen, peregrino constante

en pos de alguna idea que fijara la luz.

 

¿Qué puede componer mi biografía?

Mis datos se resumen en aquello sucesivo que amo:

música, sol, el mar, la adolescencia.

No es mucho, y he de reconocer

que en ciertos aguijones innombrables

también pude ser muerte,

si la frivolidad o el beso

no hubieran detenido el gesto inútil.

 

Con todo ello he compuesto este rostro

de niño extraño en un cuerpo vencido,

y asisto al tiempo con la certeza

de que otra vuelta más bien puede ser la última.

Y sonrío, cínicamente, claro,

porque he amado mucho y no es bastante

y porque siempre di más de lo que he recibido.

 

Balance imperdonable hasta la fecha:

no pudo ser.

 

NIÑO EN LA PLAYA

Mediodía de luz

en el descanso abierto de la búsqueda.

El poema son dos ojos que miran

el fulgor de una línea, recibiendo

la forma única que advierte el deseo.

 

El elegido se abandona en la arena

con exquisita soledad.

Un sol tibio en su leve calzón

apenas disimula la fuerza de la sangre.

Su pubertad se estira, gira y mira

en la sorpresa de la primavera

que le envuelve solícita.

 

Viento del sur. Algo piensa y sonríe.

Se decide: tímidos pasos observados

se adentran en el agua; duda el cuerpo

en la danza de la espuma rompiente

y el mar suplanta el celo y la caricia.

 

Una oscura figura deja la playa solitaria.

Baja la vista, llama al perro y recuerda:

“Yo era ese niño, y lo había olvidado”.

 

REQUERIMIENTO

Una amiga, presumiendo mi bien

(“tanta insistencia es obsesión, querido”)

me recomienda que sean otros

los tiros de mis versos. Asegura

que, fatalmente, pueden volverse contra mí:

“porque el romanticismo no es saludable

ya a tu edad, y tus desvelos decadentes

son penosos. Deberías darte cuenta”.

 

Agradecido a su piadoso envío, reflexiono:

Nunca pensé que la poesía fuera

tabla de salvación o antídoto.

La carne se hace verbo y nos habita; simplemente.  Ir más lejos no es mi compromiso, ya que el esfuerzo que supone vivir me desborda.  ¿Qué otros asuntos no merecen mi atención?

Ligados van a aquél, ocultos en las redes

de su presencia turbadora, absorvente.

Despropósito fuera rechazar la evidencia

(amar no es voluntad sino destino)

en aras de intereses más nobles, que los dudo.

 

Aceptaré, eso sí, que los jóvenes son poco fiables

y hay que ser cautos; que sus favores

empozoñan el alma, el cuerpo o el bolsillo

y la culpa social nunca es de ellos; inocentes.

Se aprende la lección, mas la verdad

es triste sin belleza; y la olvidamos.

 

 

TODAS LAS NOCHES ME SUICIDO UN POCO

El color de mi alma

tiene en la noche un futuro de pozo,

lentas alturas en la inquietud

que atraviesa mis horas, desasosiego

hasta encender la luz de mi mesilla:

tu foto es un veneno

que me llena los ojos de distancia.

 

Me duele tu sonrisa

más que no ser capaz del viejo olvido.

Cuánta razón me lleva, niño mío,

al suplicio pagano de esta ofrenda;

estéril, como todo lo hermoso

que nos suspende el ánimo.

Tú nunca lo sabrás por mucho que te cuente:

¿cómo se explica una pasión?

Despreciaré una vida

en la que tú no puedas ser mi muerte;

aceptaré el engaño de la rosa

y daré fe a mi viejo credo

(la Belleza te salva; búscala, porque existe).

 

Sólo te pediría una gracia postrera

al tiempo que te vas con el alba:

cuando los años pasen ten el detalle

de suicidarte un poco tú por alguien.

 

 

TERRIBLES DÍAS MÁGICOS

En la otra isla

La luz en tu ventana

recuerda la promesa del viaje.

El sueño es laxitud

en el abrazo tibio que os separa;

os espera la isla y un día juntos

donde nadie os conoce.

Con un ligero empuje de titanes

arribáis a la costa y pisáis tierra.

Sobre frágiles motos

vuestro entusiasmo parte a la conquista

de cielo y flores que se alejan

en un paisaje de siglos, de armonía.

Una pausa, esa fotografía que jamás

explicará el momento,

pero que será un fiel pretexto a la memoria.

De regreso, al ocaso,

os vence la fatiga. El mar acuna dulcemente

vuestros huesos dolidos.

Cuando el sol cae al agua

os dais las gracias en silencio

por todo lo que os une y que es ya tanto.

 

 

TIEMPO TENDRÁ EL OLVIDO

Junio abre sus manos

ante el continuo enigma de la piel.

Una nueva estación;

la jornada es incierta.

Nada que hacer y todo quiere

detenerse en espejos. El esfuerzo

huye de vuestro espíritu. Es el saludo

del solsticio que arrima fuego al fuego.

Melodía de la rosa,

el sudor de tu mano humedece

el marfil palpitante bajo tu cuerpo.

El momento, el momento;

ah, placer, qué generosa luz.

No os detengáis ahí,

que el descanso pudiera traicionaros.

Amad, amad,

que lo demás no importa;

tiempo tendrá el olvido.

 

 

UN FINAL

La venganza del tiempo

vierte en tu corazón su rayo amargo.

El oropel del triunfo es sólo vanidad

en tu frente cansada de castigos.

Qué más da si la ausencia

empuja desolada al mañana que vuelve:

“todo lo que es hermoso tiene su instante

y pasa”.

Furiosamente crece ante tus ojos

la imagen negadora, mágica, terrible,

de los días perdidos

en un canto tañido de tristeza.

No admites el dolor

como saldo final de vuestra historia;

antes amar.

Demoras otra noche

la visión de ese barco que adelanta

la cuenta atrás de la separación.

Estáis juntos y ahuyentas pensamientos

que diluyen la avaricia crispada

de impresionar tu cuerpo

con esa desnudez definitiva.

Ah, trascendencia

del momento nunca deseado;

voraz olor a exceso

deja sobre las sábanas desiertas

el dulce rastro de vuestro abandono.

 

 

TODAVÍA

Su llamada te ha llevado lejos;

dejas tu isla luminosa

por la ciudad del otoño más triste.

Tu sonrisa deshace los silencios

en la buhardilla azul. El Ángel luce

oscuras galas para el sacrificio

y corona su frente de impaciencia.

Por la estrecha ventana

sube el rumor del cercano jardín

que aquel rey melancólico

dibujó con desgana al filo del gran río.

Todo para este beso (primero que consiente

más allá de los labios)

en un rapto de luz y recompensa.

Se ha cumplido el destino

de la flor que da fruto y en él muere.

 

 

EPÍLOGO

“Je t´aime parce que tu m´as perdu”

Anatole France

Han pasado tres años

y sucede lo que siempre negaste:

que fueras tú quien diera el primer paso

para cerrar la historia de estos días.

 

De los tantos caminos del amor

has sufrido el desgaste inevitable

del empeño. Cuando sus ganas respondían,

las tuyas, irremediablemente, se agostaban.

¿Sin remedio? Te duele aún

demasiado su ausencia, y estás solo.

 

Qué torpeza tu egoísmo final;

tienes bien merecidas

las blancas, largas noches de reproches

olvidando su cuerpo inútilmente.

 

Ni el consuelo de una moraleja literaria:

Verlaine hirió a Rimbaud y ambos sufrieron su temporada en el infierno; lo vuestro está muy lejos de ese rango;

si acaso, un limbo estéril

donde esconder dos deseos que esperan.

 

 

MANIFIESTO

“Hablo con la autoridad que da el fracaso”

Francis Scott  Fitzgerald

III

La primera verdad que descubrí

fue –por supuesto- el cuerpo:

río sin freno

que niega la prudencia de su cauce;

el inocente incesto que desquiciaba

las noches de verano

y buscaba otra piel para encontrarse.

 

Ajeno al coro de las voces

que ordenaban la vida según leyes

indeseables, el sol arriba

me dio la norma áurea

de ese libre albedrío que exigía la carne.

 

Aquellos años de límite animal

los recuerdo felices. Duraron poco;

emboscada en los pliegues de la dicha,

una presencia celeste ya acechaba.

 

 

IV

Como me fue anunciado socialmente

llegó un ángel con sexo

y me invitó a salir del paraíso.

La lisonjera y femenina mano

tornó en veneno aquel licor tan dulce

y me dejó varado. Ella fue la ocasión

y el desconcierto; yo, consumido.

 

Sin otra referencia comparable

lo llamé amor; y tanto me dolía

que juzgué grave mal mi estado lastimoso.

Postración, arrebato, llanto, risa;

todos los síntomas del maligno

se recreaban en mi cuerpo.

 

Conocí a la mujer y no pude tocarla;

me dejó un indeleble gusto a desengaño

que lo ha manchado todo desde entonces.

Rencor, no; adversa suerte, sí;

más no me quejo:

curtida por el daño vino la libertad.

 

 

VI

La soledad es un extraño fruto

de difícil sabor, un don o una desgracia

que exige un temple fuera de lo común.

Si viene llena, te consuela de todo;

si vacía, pesa como la angustia.

Disciplina del arte, confianza

en la luz interior, sólo en ella

mora el espíritu santo de la idea.

 

Ya no recuerdo cuándo empece a quererla;

fue mucho más tarde, después

de que el amor pasara varias veces por mi lado y golpeara cruel en el deseo.

Al miedo que suponía la mujer

desde que hundiera su daga en mi inocencia,

le sucedió el entusiasmo de sentirme a salvo

en el oscuro pecho de un cuerpo afín al mío.

 

Busqué la juventud y la nobleza

y la encontré en el hombre; ¿qué más daba?

Lo importante es amar y ser amado;

¿el objeto? tan sólo un accidente.

 

 

VIII

Esas ansias molestas que el romántico

agudo (aquel del beso y la mirada)

llevaba en las entrañas, humildemente,

también las conocí; y continúan.

¿Lo agradezco; y a quién?

El conflicto del ser es paradójico

a nada que lo pienses.

 

De entre las soluciones que airosas

el mundo me ofrecía para vivir mi sueño

terminé en la más alta y trágica:

la poesía o el arte de reventar

sobre un papel inmaculado.

Juegos, dicen, de locos o malditos

incapaces de amar de otra manera.

 

Dolencia, acaso, de espíritus ingenuos

que ven más lejos de lo razonable

y esperan recompensa a su trastorno.

Negra luz que incendia tercos muros

vanidosos.

Si no fuera ya tarde, ganas me dan de ser menos divino y abdicarme.