De Cartas de amor sin embargo

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Ibiza (1998)

 

I

Ya lo sé: expresarlo en palabras es reducirlo, pero precisarlo.  Mas hay que hacerlo; así que sigamos jugando al acertijo de lo que ignoramos para llegar a comprender lo que buscamos.  Acaso así llegaremos a la altura del ojo cerrado en los pliegues de la botella vacía, la única soledad compartida que nos permite un mínimo de garantía en la que asentar nuestros miedos a esa frontera que crece sin control del deseo. Un riesgo que nos hace sentir la presión sanguínea en la vena pequeña de la frente.

La mano vuela sobre el picor concreto y confunde impulsos semánticos con la fibra orgásmica del sueño ancilar.  A tanto el beso, a tanto la eyaculación precoz; resultando que la paráfrasis horizontal del amor se reconvierte en animal lúbrico que serpentea entre las axilas y los ombligos cuadrados, como una perspectiva de noches rotas en la melodía azul de tu distancia, la que nos marca esta geografía vieja, que de tan humana ya no acaba de encontrar un lugar seguro.  ¿Cómo puedo alargar el beso hasta tu sombra?  La cabeza de Medusa fija su mirada en mi chakra superior y siento un salpicón de lujuria afinado en la consagración de otra primavera.  Desgraciados los dos por trasvasar el fuego de los dioses a una bombona de butano, mientras una vía láctea se escurre entre el pulgar y el índice con la fatiga de la melancolía.  El ruido del mar llega hasta mis oídos y su rumor parece un nombre que crece en la paz dulce de este cementerio de papel.  Invocaré de nuevo tu presencia por el método del cuarzo y la obsidiana hasta que las alas de nata caigan sobre mis labios y rompan a llover cuerpos de luz en respuesta a la plegaria de la angustia.

Aunque me caiga de espaldas hacia delante

en el circuito cerrado de nuestra cama.

 

 

III

Es frío este agujero; por eso doy vuelo a las palabras que merodean en los abismos de la sombra.

¿A qué callejón sin salida nos llevará la dirección del disparo?  El miedo incendia las paredes de color rojo; el lirio se inclina para cederme su símbolo; la brisa mece la luz disuelta en oros, y la canción, que no quiere olvidar, se entretiene vaciando carajillos al compás de un bolero cirrótico.  Era evidente: la playa se extendía con el pálpito del amanecer escupido en soles.

Tú sonreías con el rostro cubierto de ternura cansada.  Yo, más terco, agarrado al mástil de tu pierna, volcaba las caricias en un metro setenta de horizonte.

Fue luego, cuando ya la mañana tiritaba en las hamacas, que vi tu cabeza rodar hasta mis pies rogándome que de una puta vez vaciara el cenicero.

Y lo hice. Con el temblor que anuncia el paso de las sardinas en escabeche; feliz de que el programa se cumpliera con el rigor de las disposiciones transitorias.

Desde aquel día un pensamiento crece por lo desagües de la isla: la fusión del cartílago gris es comprometer el curso de la estrella polar.

Pero ¿qué tienes que ver tú con el anzuelo de plata que colocaron atado de aquel palo de lapizlázuli?  Bien, lo acepto: el conjuro tenía sus reglas; y como tú parecías insensible al grito agrio de las medusas...  Sí, ya, tu viejo argumento: la pereza es una válvula de contención del orgasmo indeciso; ¿y qué?

Tu sentido trágico huele a papeles de azúcar y recados de púrpura.  Así que dejaré que el tendón roto de tu pie izquierdo abra otro expediente de formol y volveré a teñir las macetas del odio con los vientos alisios del engaño.

Verde concilio y azul cansino, mi corazón se cierra en un beso sin alas.  Borrando el tiempo con escamas frías, mejor dejar que el golpe augure un mañana de liturgias.  Quiéreme con el tacto que enreda lágrimas y chicles, así nadie sabrá lo que nos traemos entre estas manos que no acaban de dar más luz que la que nos salva de la angustia doblada en duelo de mosaicos.  Empuja la piel que da vueltas y vueltas digitales;

a la veintisiete me encontrarás con el humor

dolido de esparragos y pinchos.

Corre, que te beso.

 

 

                                              

VI

El llanto de un copla color hígado viejo:

me lo dijeron mil veces y yo nunca quise poner atención...  O mejor: pon la boca en el ángulo cereza de la palabra escondida, el que resbala por la comisura de tus labios cuando desnudas la sonrisa de coliflores y humos.  O aún: dardos ciegos contra el vicio del odio cordial, peines sin púas, volteretas de azufre licuado y huellas de lágrimas en la arena.

Era la voluptuosidad de un cenicero a las tres de la mañana.  Colillas melancólicas esperando a que el domingo invierta el compás y nos acorrale contra el jueves por la tarde.  Las veletas sudaban dedos y lirios con la dirección alterada por los tubos de escape, y uno, ay, con la boca en carne viva de morderse sola mientras piensa en ti.

¿Lo sospechabas?

Esperando todo lo que no puede ser y acaba siendo.

El fundamento que escarba tumba arriba hacia el grito perplejo.  La vida, eso que queda debajo del polvo y crece como el peso de una golosina recortada.

Nada irreparable.

Qué barullo de gramáticas y academias...

Pero no desesperes; lee que te lee, con el hilo rubio de la verdad travestido en infarto de miel.

Las farolas naranjas iluminan la cresta de la ola y las golondrinas se estrellan contra las barricadas.  Es entonces cuando se me va la cabeza y la tumba vuelve a sudar moho por los vértices del sueño.  Recaída en picado: el niño azul baja los párpados y se acurruca entre ovejas y altares.

Intenta conjugar el verbo desfallecer.

Sonríe aún, con la fiebre teñida de plegarias,

relamiendo el sudor de las butacas,

arañando manillares y sobacos...

Como si se subiera al pie de la mañana y esperase a que el buzón temido le ofrezca una carta de amor con vitamina C.

Una cuestión de escrúpulos, en el fondo:

el cansancio que la cafeína de una sonrisa del destino levanta en la cuenta corriente del suicidio.

Harto de vaciar bolsillos para encontrar siempre la agenda llena de hipos, lobotomías, banderas y servilletas, mejor dejarlo por hoy.

El tiempo oxida las mejores canciones y los ojos se me cierran de espejos letraheridos.  Eso me pasa por derrochar contigo la tinta de los enanos.

Apáñate como puedas, que no tengo más cuerda para ahorcarme.

¿Para qué coño queremos la libertad?

Silencio.

 

                                                    

XIV

Atardece un domingo de irrespirable cataclismo.

La isla sabe a yogurt de sombra y aluminio.

Hay un eco ecuménico en las pisadas de los muertos antiguos que vuelven, fieles, a la cita de la derrota, y uno, desprendido de su concha fúnebre, va lastimando el verbo contra la polución de la melancolía.

Un olor, un enervante olor parapléjico, multicultura, multileches que vertebran el espinoso horizonte de la luz, fétidos escombros de rebaños rijosos a la pata coja, glándulas y suturas, clímax, clima, climaterio, repita treinta y tres y salte al compás de rap degollado, vaticinio de la tormenta urgente, el patio de mi casa sí es particular, ¿cuándo me sacarás de este pozo frío?  Tranquilo, da la vuelta al espejo y comienza de nuevo...

Como habrás observado, ya casi soy feliz.

Era sólo un asunto vitamínico; la B que se hacía la estrecha y no pasaba. Ya está, je declare l´etat de bonheur permanent et le droit de chacun a tout les privileges.

Por la filosofía del placer, mon ami, y que Nietzsche se duche sus angustias con agua de Vichy asementada.  No hay que darle cobijo a las líneas oblicuas ni a los renglones cortos, que de libros que escupen yodo y reparos tengo el codo infectado por las mangas.

Anda y que les zurzan: a todos los espantos putrefactos; a todos los circuitos de la pena; a todos los armarios amarillos.  Me quedo en anoche: con flamenco rajado a media vena, un vino oscuro con luna y bronce, el jazmín morisco y un resto de memoria armando mi cintura de pretextos.  Como si todavía saltarás por mis nubes y te empeñaras en derribar los besos uno a uno.

Aunque el exilio que te regalaste tiene sus normas y no me toca a mí mover el gesto.

O que siempre rompemos la cuerda por el bocado húmedo del sueño y luego, al volver la esquina que te da de bruces, reventamos de nuevo. Y tira de la manta, carcelero.  Merecemos la risa capital y que nadie nos salve de la cárcel de amor en que miramos el más allá de la literatura.

Pero si me pusieses la mano aquí, cocodrilo,

aullaría de gusto.

XVII

¿Amor o literatura?

Cuando se puede vivir en las palabras, qué locura anclarse en la pasión.  Bien, pero algo se ha roto y me siento impotente para atarlo de nuevo, apalabradamente, con aspavientos de ternura libresca.  Así que sigo y sumo.

Llueve.

Ha llegado el otoño con su corte de nubes, vientos y preguntas.

Imagino un paseo nocturno por algún boulevard desierto.

Miradas paralelas y perdidas en emociones escondidas en tu abrigo gris.  Mi urgencia de velar tu cansancio con mi risa, ese salvoconducto contra el torcido destino de los hombres.  O agarrarse a una mano, a una cintura, a una navaja, a una botella o a diez vasos rotos.

Tu risa me hace libre, me pone alas...

No me la quites, porque me moriría.

¿O no eres tú?

Se me cruzan los amores de libros con los amores de cocina y pierdo pie en esta marabunta de aporías.

Llueve, y qué lejos te vas, cuánto tiempo sin que sepamos ya si tenemos el cariño en su sitio, si el orgullo devuelve el crédito gastado o si podremos algún día subirnos al milagro una vez más.  Todo porque una noche, perdida entre páginas, nos vimos de otra forma burlando tu juventud con mi alegría.

Si fuéramos más receptivos al aliento que nos sube por las piernas desnudas, igual se borraban las manchas del fracaso.  ¿Sabes qué significan las tardes húmedas cuando el mar se levanta y las palmeras crujen de agonía?  Nervios, pasos hacia atrás y la misma avaricia de la adolescencia.  Y en la isla se retuercen los muertos con el mismo sigilo que los turistas de fin de temporada, perdidos entre una lluvia que no merecen.

O intramuros, cerrados, sexo y hambre,

razones para fijar la edad que aún duele.

Incómodo latido de la sangre, reptil que crece entre las piernas con la soberbia de una condena a plazo fijo.

Pobre viejo amigo, tan cansado ya de mirar la mano solitaria que sube y baja por el marfil triste de una carne que duele, solitaria, a golpes de gritos silenciados.

Si el eunuco se partiese la pierna de una puta vez...

Ningún reproche.

Tanta energía huida vientre abajo para nada.

Si supieras la falta que me haces esta noche...

Porque te quiero todavía, como no hay derecho.

Por eso escribo, con los besos usados y los que busco en mí.

 

 

XX

¿Cómo no se van a pudrir las intenciones si no paramos de echar olvido sobre nuestros deseos?  Hasta que el polvo vuelva al polvo y a empezar de nuevo.

Cretinos.

Y el tiempo, mientras, a lo suyo, pudridero y ausencia, otro invierno desplegando argumentos de cianuro en polvo con repiques de campanas y lastre de cuchillos al badajo.  Ahora mismo, cuando entre las piernas se tensa la vida esperando su dosis de caricia.

No me lo recuerdes: si hubieras sido más explícito habríamos sacado mejor partido a los silencios.  Deprimido singular, por dos.

Esconderé mi orgullo en la intención suicida que forjamos.

Entre tumbas y tumbos anda el juego.

¿Quién da más?

Un abrigo gris en el París de hojas muertas y plomos, con el termómetro a la altura del Metro.

¿Es inocente la inteligencia?

No lo creo, porque ni el cuerpo se atreve a presentarla como propia.

Cosas de la melancolía, escupiendo las claves del martirio razonable.

Todo está igual que cuando te marchaste.

¿Sí? Pues no, porque tampoco entonces estaba todo en ningún sitio.  Nada que hacer, me temo: la tumba se abre este año con los mismos olores conocidos.

Y no somos nosotros, guárdate la soberbia.

Lo podrido es el cielo de este animal engreído que nos define.

Cierra, cierra, que me caigo de bruces contras las patrias.

No hay otra solución ni secreto que no pase

por el milagro de nacer cada mañana.

Tatúatelo en las horas punta y pasa página al tiro de gracia.

Como hago yo...

Recuerdo que al bajar por tu vientre buscando la ración del premio encontré un temblor que quería escaparse de tu piel.

Me detuve un instante, registré el escalofrío

y lo traduje a sustancia emocional.

Luego, a la vuelta del recorrido natural, fluidos, campos magnéticos y tal, sentencié para mis adentros la plegaria de mi tozudez: siempre tú y que la vida nos hunda en nuestros errores.  Nada tiene sentido si es este fracaso dulce de tus besos.

Por carta es otra cosa...

Las palabras escritas son de todos y comprometen menos.

¿Quién las firma?

No serás tan ingenuo de pensar que son tan sólo mías...

Pistas acaso de la verdad que mira tu mirada cuando me ves sin verme.

Al que quiera saber, poco, y al revés.

 

XXII

Sostiene Endimión que si sigo en tus manos, sólo papel y fuego, acabaré en metáfora de un sueño podrido; que tanto dolor escondido en las esquinas del placer vician el gesto y desfenestran la mirada; que aceptarte los despropósitos sin contraprestaciones es ignorar los motivos del lobo; que romperse los pulsos contra dos mil kilómetros al norte son ganas de niebla en un temblor crispado (igual no puso tanto énfasis); y que vigile la química de la nostalgia, pues el futuro no se escribe con pegamento y medio.  Bien, le cito por lo que pueda crecer.

Que crece, entre la palma y el empeine, sin olvidarme de que una trampa no cierra la anterior, sólo confirma el peso de las noche abiertas en canal y odio.

Otra incertidumbre, o la vieja, con los retoques de chapa y pintura que exigen las pautas del mercado.

Qué importa el método: sólo sabemos lo que sentimos; el resto es indiferencia del cuerpo astral y orientaciones orientales.  Otra verdad oblicua que tira por su cuenta.

Ay, el poder centrífugo de la primavera...

Una huella en la almohada y otra bofetada en la memoria:

un beso entre la luz y la piedra, borrando márgenes de soledad, acotando nombres, números y verbos.

Me extrañó no escuchar el aplauso de las flores. Estaban de mi parte.

Menos mal que detuve la tormenta de cuchillos y botellas.

Habrían cortado el celofán de la saliva etílica y la fotografía

no habría fijado el salto de los años y un día

a ese centro de gravedad telúrica.

¿Quería llegar a ti?

Las argucias del miedo son biodegradables, las uñas no terminan en la piel y el color azul no sabe lo que quiere.  Así que entré de nuevo en el grito húmedo del estrecho túnel de tus piernas.  Morosamente, poema en cruz, amor que no pesa y caricia lenta que aumenta y puntea el caliente rincón de la venganza.  Perdiendo lo que mejor gané: mi egoísmo, ya tuyo.  Y me lees, ya sin carne añadida, con la mano hacia el ojo blando, sombra que me nombra y reduce su aire hasta la asfixia.  No des más vueltas a la noria.

Abandona la pausa del ausente y viértete en los poros de la felicidad.

A mí ya no me duele tu sentencia, lo siento.

Sostiene Endimión que merezco hundirme en un pozo más ancho.

¿Debo?

 

XXVIII

No sé, pero esta mañana tengo la lira crecida:

mi prestigio se hunde en tus cabellos como la perla se aferra a la concha húmeda de luz.  Puntos suspensivos.

Lo aceptaré como un voto de confianza por el retorno de la primavera, que ya la oigo tirar de la nata y fresa, ametllers de Corona, alfombra rosicler que vierte euforia en los sobacos de la sonrisa.  Y tú ahí, ay, en ese París de hierros arbolados, en esa Barcelona de humos borrachos y diseños clónicos.  Metros que se pudren en la noche, paisajes de batallas cóncavas, extorsiones de vicios inocentes...

Tejados del corazón. No te acompaño en el sentimiento.

Así, regando las raíces de todo lo que crece,

absorviendo la vida hasta en sus heces...

(No, borra, borra, que da grima la rima)

Decía que el domingo es un aprendiz de soñador que divide por siete los odios del esclavo moderno.  Aspiro el aire, entonces, pero dejo su parte para los demás.

Ocupo mi lugar, simplemente.

Y miro, ansiosamente miro el bullir de la forma y el color, el tamaño de una emoción, el vértigo de la piel que se une a otra piel...  Vale, criatura, no te desboques en territorios trémulos, que te pierdes.

Mejor no alejarse de la referencia a la mirada confusa, el odio indirecto.

Que asco y belleza hacen buen matrimonio fin de siglo.

Un punto solvente para disparar contra el infierno de los otros.

Algarabía del erotismo urgente.

La ansiedad es un pico en el alma cuando se rompe el nervio de la felicidad.  Y nosotros, hijos bastardos de Quijote y Beatriz, tenemos un alto deber que cumplir con la derrota: levantar acta de la acidez del símbolo, izando anclas hacia algún brillo que nos ciegue.  Como un soplo ligero en los labios mordidos, encerrados en un cuerpo inventado aquí en la tumba como en el cielo.  Si lo alcanzas, el toisón de oro se desvanece en un discurso estrafalario de la desesperación.  Mejor amar, que lo demás no importa.

Como la espuma de las golondrinas con su velo de sombra:

y el condón como escudo ante el virus de la geometría airada del deseo.  Una leve caricia de puñal en el ángulo del placer como única garantía de calidad.

No hay mejor salida contra el funesto vicio de vivir.

Te beso todo.

XXXIII

Si supiéramos reír cuando el odio se difunde por las horas nocturnas, habríamos salvado la esperanza.

A la mañana es otra cosa.

Alguna razón biológica debe alimentar nuestros despertares con volutas de misericordia; si no, no entiendo a qué viene esa economía vitalicia de emergencia frente al castrado emular de olas que vienen y siguen, vuelven y sisifean sin consideración.  Es domingo y no me siento tan desgraciado a pesar de todo.  Una erupción imprevista en el mapa emocional, ajena a la ruta privada concupiscente; por ponerme enfático.  O quizá, simplemente, que he dormido bien y largo, con la satisfacción del placer cumplido.

Cerrar los ojos a las cinco de la mañana

es toda una proeza en mi estadística.

¿Razón? El látigo de la circunstancia.

El barco iba a la deriva; la noche se había puesto íntima de confidencias y hubo que apostar por algo: la mano en la suya y punto y seguido en un verano insólito de sortilegios.  Hablando, hablando... hasta que el beso se cruzó a punto en la retahila filosófica del considerando.  Empujando en gerundio por un nombre amanecido a contraluz.

Hay bocas que besan más allá del placer,

hasta el logaritmo de la idea.

Tal fue el caso, y no es por comparar:

que ya quisieran muchas experiencias (tuya y mía incluidas) frente al ardor de su inocencia.

Así que bailé y baile, sudando amigos

sorprendidos de mi renacimiento.

El ciprés del luto viejo se esfumó y me lancé, más yo, al ruedo de la vida con las armas bien afiladas y en sus puestos.  ¿Estarán notando que la cosa va en serio?

¿Lo admito ante ti?

Sólo sé que la piel ha subido enteros

y se nos pintan los besos de promesas.

Con las dudas abiertas, todas y cada una;

y la sospecha de que el fuego puede crecer hasta los ojos.

Ya moveremos, cuando toque, los asuntos del lobo.  No hay nada en el desliz que no tema y sufra, pero lo guardo en la recámara y me olvido del mártir que vendrá.  Seguir, seguir, agarrando las consecuencias por los huevos y retorciendo el pasado como alarma.

He dicho.

Y adiós, querido. No lamentes lo que no supiste defender.

Sé que no lo harás.

Tú, tan civilizado...

XXXVI

Los sábados debieran tener consistencia recíproca.  Como el de anoche: han pasado tres años y encuentro el círculo cerrado abriéndose de nuevo hacia la miel y el vértigo.  Tres años ahora, cuando otro sábado es aquél o éste los dos y pico.

Muerte a lo que ayer fue vida.

Vida que se nos olvidó entre querella y traiciones.

Contigo sin ti y más yo si no te encuentro en mi cama y mi camino.  Admitiendo, no sé si con nostalgia, si con anhelo o si con desprecio, que otra vuelta de tuerca no calará más hondo en nuestro sueño.  Pero iba a este sábado, que con glotonería recibí de sus ganas tan mías: avance de la rosa; gente de ayer que hoy nos dejaron solos y efervescentes; dioses frente a frente alabando los frutos de la vida, el alimento terrestre que no diviniza.

(Disculpa el tono, ya sabes, l´amour, encore).

Encuentro y arte, pensamiento y abrazo, ajenos al diseño de los botes transgénicos, en vena de romper los vasos contra el suelo.  Asunto de ida y vuelta junto a la botella que Dionisos nos ofrecía con el salto mortal de las adormideras.  Esperamos tanto de lo que nos inquieta y nos seduce...  Y le seguí: ebrio de resonancias, mientras los bultos se separaban a nuestro paso.  Animal mitológico con el aura de los elegidos.

Hasta que el coche le dobló la pierna y palpé

una rodilla bajo su pantalón nuevo.

El calambre y la risa, los gestos; vacilando una respuesta con las palmas flamencas que ajustaban el vino y la caricia.  Y que sí, que ole mi niño cuando se sube a la azotea y estira los huesos.

Una ventana, la luz de luna metiéndole en cintura.

Rayado el torso de persianas y besos...

Ay, qué locura abandonarse al beneficio

de una lucha perdida cuando mejor la ganas.

Nada de pamplinas; otro día, que se pierde el compás si vacilamos.

Y ya tú ves: Platón con su mito de caverna

echando una manita al bajo vientre.

Filosofando, como el que busca peces en los olivos de la mar.  Los dos, cumplidos de gusto, descargamos en gloria los vientos lácteos del reflujo.  Un cuadro vivo que te pinto para que lo valores y te dignes a odiarlo.  Así que una vez más el vuelo me dio alcance, y un corazón, abierto al mismo abismo, te derrotó en tu crimen.  Bien pagado de orgullo, entré al domingo, amanecido ya, como si me aplaudiese la memoria.

                                                     

 

XLI

Collage de cierre: tengo el cerebro blando de sementera y ríos.

La tarde evapora figuras y paisajes y no sé a qué muerto quedarme.  Si reviento, la flor ácida de otra primavera tendrá razón en el reajuste de la rosa y el sueño.

Si resisto, ganaré el pulso a la verdad oculta.

Se detuvo el orgasmo en un número completo: las 3,33.  Ahora soy feliz, pensé, y que se pare el mundo y nos trague con el consuelo del big-bang de la luz.  Luego, un sueño de plomo derritiéndome el lóbulo de los años huidos, el corto precipicio entre el ser y la nada.

O su elegía previa: vendrán más lunas, ya las oigo, y tendré que tapiar uno a uno los besos olvidados en el cementerio del recuerdo, esperando que el olvido desayune en mi mesa mañana.

Guardé sus pelos en la hucha y encontré en el bolsillo la goma derramada.

Qué puntería la de anoche, ebria de estrellas y aleluyas.  Yo era azul y dormía; a él no le importaba que los caballos negros no me quisieran, porque, aseguró, el arte quita las telarañas de la vida y en lo divino sólo creen aquellos que lo son.  O como si dijera: en el punto definido está la sustancia por definir.

Y mientras, los kilómetros enviando postales

de una ausencia por dos con estrambote.

Bebía en el cálido cáliz de su boca... ¿o era la tuya?

No se consuma lo que no se consume:

porros y Torres 5, Möet Chandon y esqueixada.

La amistad de las cosas con el aire que bebieron un día.

Tiempo arrugado al compás de un beso

entre las piernas y una mano a la espalda.

Hay que aprender a perder para poder ganar.

¿Quién conoce su límite hasta que no lo encuentra?

Y le dio pena un mosquito: déjalo vivir, sólo te chupará la sangre.  Así me iba alejando, entre el desastre y la propina, pañuelos y mentiras, Sísifo y Endimión.

La pasión, esa llave que abre la vida con urgencia y destino.

Enmascaro el gesto de desprecio en el precio de la despedida.

¿Quién se fue?

Ya me están sobrando las palabras y sólo aspiro a acoplarme en un dibujo de silencios: un amor casero que no ahuyente la búsqueda, que de noche me encuentre y cuyo polvo pueda quitarme de las manos sin esfuerzo.  ¿Vuelve lo que fue y dejará de ser lo que ahora es?

Lo siento, sólo me queda tiempo para ser feliz.

Por quererte, me quiero.

Ya cumplido los dos, tiro porque me toca.

 

Ibiza, 1993-1997